miércoles, 2 de mayo de 2012

"Toda una vida"





El arte, la belleza o capacidad de emocionar no se logra por azar. Toda una vida es en realidad poco para decir quiénes somos y porqué estamos aquí. El sufrimiento, la pasión e incluso el amor se nos escapan de las manos, creemos que porque podemos nombrarlos sabemos de qué estamos hablando, que ejercemos control sobre ellos, pero de hecho no es así, nunca ha sido así. Y por eso el cavernícola se manchaba las manos de sangre y las plasmaba en la pared, porque sentía algo y  quería contarlo, y pasaba horas observando las rugosas paredes y de pronto volvía otra vez. Y golpeaba la pared con violencia provocando que la mancha fuera aún más indefinida. Y ahí estaba; aquello era, había dado con algo que se escondía en su interior, algo que no podía expresar de una manera distinta; si pudiera ya lo habría expresado de ese modo. Tan bello y, a la vez tan simple como lo palpamos día a día, eso que se él y solo él había podido captar, quizá en una mirada, en un paisaje y era bello porque era verdadero. Detrás de la sangre que brillaba sobre la roca había algo más que un simple golpe de azar, se escondía tras ella una razón de ser, un hombre que desde ese momento ya quería comunicar, que había advertido algo, una verdad que tenía que contar. Nadie diría hoy que los garabatos de un niño en la pared de su casa son arte, pero ¿quién niega la belleza que ahí hay representada?
La pregunta por la belleza no es lo mismo que la pregunta por el arte, aunque están íntimamente implicadas. La belleza tiene más que ver con la verdad trascendental, una verdad que se relaciona con aquello que tiene más ser, a mayor ser mayor belleza. Por ello es que, cuando nos referimos a esta belleza, lo más trascendental, lo más inmaterial, lo más sublime, es lo más bello. En este sentido, nada es más bello que lo verdadero y nada es más verdadero que lo bello. El amor, la amistad, Dios es lo que posee más realidad y que por lo tanto es más bello.  El Guernica no es bello en lo que ahí hay trazado, no es bello por lo que representa sino por algo más profundo. No son bellas esas caras descompuestas ni esos colores ténebres, es bella la verdad que existe detrás del cuadro. Aquello que en esa pintura nos habla de la crueldad de la guerra, del dolor de las personas y del terror que Picasso sentía y que quería contarnos.
 La verdad ontológica propia de lo más Bello suele exceder al ser humano que en su capacidad limitada solo, en muy escasas ocasiones, es capaz de contemplarlo y plasmarlo a través de símbolos o metáforas. Esta es la labor de un artista, elevar la sensibilidad del público para ponerle delante de las verdades más sublimes. Pero esto solo se puede expresar al modo de ser del hombre que no es plenamente el modo de ser del creador, una expresión que, a pesar de participar de esta actividad creadora, parte de lo material. Por ello incluso el genio debe conformarse con expresarlo a través de las artes que constituyen  el medio de comunicación de aquello que  nos supera, que es tan profundo que no podemos atraparlo en un concepto estático y ahondar en su conocimiento: lo inefable. El arte, en definitiva, tiene más que ver con la verdad lógica, entendida como la adecuación entre la mente y la cosa y en este caso entre la mente -verdad encontrada- y el fruto de la mente -la obra de arte-.
La adecuación puede darse según distintos aspectos de la realidad: los impresionistas la alcanzaron adecuando sus obras a la verdad sensible: lo que veían. Sin embargo no es menos verdadera que la que expresa el Guernica, la obra  también se adecua a la verdad pero de una manera distinta. La verdad que Picasso quería contarnos no es solo sensible: tiene mucho más que ver con la profundidad del alma humana, es intentar adecuar una realidad hondísima a un artefacto humano, casi parece un proyecto imposible. Pero ahí está, una realidad humana encarnada en un lienzo.
Cuando una canción nos hace trascender, cuando un baile nos hace volar por encima de lo mundano, de lo superficial, es ahí cuando abrimos los ojos, observamos el cielo y nos preguntamos ¿y ahora qué? Y ahí es donde radica la grandeza del ser humano, en que descubriéndose pequeño, descubriéndose como un punto en la enorme verdad del mundo que está conociendo trata de plasmarlo. Cada persona de un modo distinto, cada cual decide como comunicar lo que descubre pero todos lo hacemos. Sentimos una necesidad, un impulso irrefrenable ante la contemplación de la grandeza de una verdad de comunicárselo a los otros, ansiamos una especie de acto de amor, de compartir algo grande.
A veces, el artista decide plasmarlo en una metáfora en un poema, a veces en una fotografía, otras en un edificio. El soporte no importa, cualquier arte escogido es sin duda el óptimo para aquel que lo escoge porque un pintor si pudiera explicar la verdad de sus obras en un libro no las pintaría, del mismo modo que un fotógrafo no lo expresaría en unos pasos de baile. Hay para quienes el lenguaje verbal les resulta pobre en la plasmación de su inspiración y también para quienes un cincel o un lápiz les resulta inútil.
La genialidad de un artista no reside únicamente en la expresión, lo que convierte a autores como Miguel Ángel, Cervantes, Picasso o Manet en genios es que han sido capaces de comprender algo fundamental, algo tan profundo del hombre que les ha maravillado y se han sentido en la obligación de contarlo. Por ello, los meros copistas o aprendices no han alcanzado su estatus, solo ellos han contemplado la verdad que les convierte en auténticos profetas que muestran lo inefable al mundo. Esta es una labor muy ardua que exige el compromiso absoluto de la persona con la verdad, exige una entrega de toda la vida en la búsqueda de la verdad que subyace en la profundo de la realidad. A esto es a lo que se refiere la famosa sentencia de Malevich tras finalizar su obra de “Blanco sobre blanco”: “Mi obra es el resultado del trabajo de toda una vida”.

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